25 mar 2007

Francesca Woodman












Necesitaba explorar una condición enferma utilizando la fotogrfía para documentarla. Su obra es tan verdadera que es mínima: no iba encaminada a producir espectáculo, sino intimidad, reproducir está, representarla, extraerla. Procedía de una necesidad, una absoluta necesidad de expresar el desasosiego, ese miedo exacerbado, esa angustia, que consigue conectarte cuando contemplas su obra.
Tenía 16 años, buscaba dedicarse a sí misma con perplejidad, perturbación y obscena sinceridad. No hay impostura en las mejores imágenes. Nos consta el drama de una personalidad comida por el desasosiego. Fotografías de rara intensidad que es imposible ver sin que crujan las costuras del alma.
No se salvó. En enero del año 81, se quitó la vida, dejando un rastro de intimidad elocuente.

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